F. El Establecimiento de Detención de Ritoque 32. El Gobierno instaurado luego del 11 de septiembre de 1973 acordó confinar en la Isla Dawson, al sur del estrecho de Magallanes, extremo austral del Continente americano, a un grupo de personalidades políticas –alrededor de treinta—vinculadas al régimen anterior: un ex-Ministro de Relaciones Exteriores, un ex-Embajador de Chile en los Estados Unidos, senadores, un ex-Secretario del Presidente de la República, líderes de partidos de la Unidad Popular, etc. Esas personas fueron trasladadas en avión a Punta Arenas, esposadas, y luego transportadas en una embarcación al punto de destino. 33. La Isla Dawson es un lugar particularmente inhóspito, fuertemente castigado por los vientos huracanados del sur, así como por la nieve y el granizo. La temperatura suele ser inferior en muchos grados centígrados al cero de la escala. Los prisioneros manifestaron a la Comisión que fueron trasladados sin permitírseles proveerse de otra ropa que la que estaban usando al ser detenidos. Expresaron, además, que el lugar donde se los alojó carecía de las instalaciones indispensables para albergar decentemente a nadie en condiciones de comodidad e higiene. 34. Antes de que la Comisión llegara a Chile, se dispuso el traslado de estos prisioneros. En la isla sólo quedaron ciertos detenidos provenientes de Punta Arenas, más habituados al clima particularmente duro de la región. Ese traslado se efectuó primero a diversos establecimientos militares de Santiago y, poco después, a la localidad de Ritoque, en las proximidades de la base aérea de Quintero, sobre la costa del Océano Pacífico, al norte de Valparaíso. 35. El Gobierno autorizó a la Comisión a visitar dicho lugar y a conversar libremente con los detenidos. La visita se realizó el día 27 de julio, con la asistencia de los cinco miembros de la Comisión presentes en Chile. 36. El Jefe de la Base de Quintero explicó todo lo relacionado con la organización del campo de Ritoque. Manifestó que el “campamento de detenidos” (tal fue la denominación empleada por él) está a cargo de la Fuerza Aérea. Hay un jefe superior de todo el área jurisdiccional de la zona de Quintero, que es el Comandante del Ala 2. La responsabilidad directa de la custodia y atención de los detenidos fue encomendada al Comandante De La Fuente. El campamento está dividido en dos partes: a) La administrativa, (que cubre lo relativo a correspondencia, oficina y teneduría) a cargo de un civil; y b) La ejecutiva, a cargo de un oficial que rotativamente es nombrado por el Ejército, por Carabineros y por la Fuerza Aérea, cada quince días. El Campamento de detenidos comenzó por estar a cargo de la Fuerza Aérea, con instrucciones de esta Base y un número determinado de gentes para la custodia del campamento y la seguridad del mismo. No hay visita si éste no las autoriza, para que el Jefe pueda dar la autorización debe llegar una comunicación desde Santiago, anunciando el nombre del visitante y el día y hora de la visita. Los encargos de los prisioneros van a la Base, y allí se revisan, para que no haya nada que afecte la seguridad de los mismos; posteriormente, si es el caso, se les entrega lo solicitado por ellos. También se reciben en la Base las que los prisioneros encargan del exterior, tales como diarios y cigarrillos, los cuales se distribuyen a través del funcionario administrativo. El Comandante Lamas está a la cabeza de lo que se llama el Campo de Ritoque. Luego viene el Comandante de Campo, asistido por las secciones de asesoría, correspondencia y control de los detenidos. Hay una sección sanidad, a cargo de un médico, un dentista y una enfermera, radicados permanentemente. Además, se cuenta con los servicios del Hospital Naval, que atiende en los casos de urgencia. En la semana que llevaban allí los detenidos, dos de ellos habían sido trasladados al Hospital Naval: al Sr. Osvaldo Puccio se le sacó un electrocardiograma y al Sr. Vergara, que tiene problemas en una mano, se le prescribió un régimen de ejercicios. Había dos o tres detenidos más sometidos a tratamientos, administrados por el enfermero. Hay, además, la sección administrativa y la sección vigilancia. La sección administrativa tiene a su cargo los “ranchos”, esto es, la alimentación, así como el inventario y el transporte. Se cuenta con los enseres que había en este campamento, que eran muy pocos, más otros que ha enviado el SENDET y algunos que son de la misma Base, traídos en calidad de préstamo. Para el transporte se cuenta con un vehículo y una camioneta, ambos nuevos. La parte de vigilancia está a cargo de un Teniente, Capitán o Subteniente. En ese momento estaba la Fuerza Aérea a cargo, y había un Teniente; posteriormente se haría cargo el Ejército o Carabineros. Los detenidos están organizados en cinco secciones, que corresponden a las barracas en las cuales están alojados. Hay cinco barracas dentro del campamento y en cada barraca se aloja un número aproximado de 9 o 10 detenidos. Los residentes de cada barraca han elegido un brigadier, que es su representante, y entre todos eligieron un Brigadier Mayor, que es el que recibe los encargos, los reclamos y las peticiones. El Brigadier Mayor es don Hugo Miranda. Los Brigadieres son: de la barraca B, don Alfredo Joignant; de la barraca C, don Pedro Ramírez; de la barraca D, don Hugo Miranda, ya nombrado; de la barraca E, don Orlando Cantuarías y de la barraca F, don Sergio Bitar. En la barraca B, están alojados Clodomiro Almeyda, Alfredo Joignant, Hernán Soto, Tito Palestro y Carlos Matus; en la barraca C, Daniel Vergara, Benjamín Teplizky, Luis Corvalán, José Cademartori, Fernando Flores, Jaime Concha y Pedro Ramírez; en la barraca D, Jorge Tapia, Alejandro Jiliberto, Carlos Morales, Hugo Miranda, Oswaldo Puccio (hijo) y Aníbal Palma; en la barraca E, Orlando Letelier, Luis Matte, Miguel Muñoz, Miguel Launer, Julio Stuardo González y Orlando Cantuarías; y en la barraca F, Maximiliano Marcos, Sergio Bitar, Enrique Kirberg, Duarte Pinto, Andrés Sepúlveda, Luis Vega, Sergio Vuscovic y Leopoldo Zuljevic. Todos los detenidos son mayores de edad, y ninguno está incomunicado. Reciben visitas dos veces a la semana; ellos mismos pidieron que las visitas no tuvieran lugar en días de semana, porque la mayoría de sus familiares son de Valparaíso y Santiago. Por tanto, se fijó como días de visita los sábados y domingos, de 2 a 4:30 p.m. Respecto a la alimentación, se nos dio a conocer el menú correspondiente a la semana anterior. Día lunes: ajiaco, lentejas, manzanas asadas y té para el almuerzo; sopa de verduras, pastel de papas, peras al natural, para la comida. Día martes: crema de tomate, ave al chapignon, piña al jugo y té, para el almuerzo; palta rellena con lechuga, y jarro a la italiana, pepino al natural para la comida. El miércoles: salpicón de atún, cazuela de chancho, porotos guisados, té para el almuerzo; locos mayo, chuletas y beef a lo pobre, leche asada para la comida. El jueves: albóndigas, pescado frito con ensalada, plátano, té, para el almuerzo, etc. 37. Luego de esas explicaciones, la Comisión se trasladó desde la Base de Quintero hasta el Campo de detenidos de Ritoque. El lugar donde se encuentran los prisioneros era un “balneario popular” construido en la proximidad de unas dunas apenas cubiertas por pastos. El sitio ha sido rodeado por una alta valla de madera con alambrada de púa y torres de vigilancia en todos los ángulos, en las cuales se podía observar la presencia de centinelas armados con ametralladoras. Se indicó que estas instalaciones están muy próximas a la playa. En el interior del recinto se encuentran los cinco pabellones de madera, divididos en pequeños dormitorios con dos lechos superpuestos en cada uno, es decir, con cabida para cuatro personas por habitación. Los servicios higiénicos y las duchas están en un pabellón separado. Los techos y las paredes de estas construcciones, así como las del comedor común, son de delgadas tablas de madera, sin aislación térmica. Bastó que se aproximara el crepúsculo para que el frío resultara muy intenso. Existe una pequeña enfermería, cuerpos de guardia, alojamientos para la tropa, etc., con iguales características de construcción. Todas las dependencias son limpias y están prolijamente ordenadas. Dentro del recinto quedan espacios libres, suficientes como para que los prisioneros puedan realizar ejercicios físicos. Se nos hizo notar que se ha provisto de estufas a los prisioneros, aunque la tropa no dispone de ellas. Pudimos comprobar su existencia en el comedor, aunque no estaban encendidas. 38. Según expresaron los reclusos, la presencia de la Comisión significó un aflojamiento del rigor disciplinario. Los miembros de la Comisión expresaron su deseo de compartir el almuerzo con los prisioneros, a lo que se accedió. Hubo dos platos de comida: una especie de caldo con un pequeño trozo de carne hervida, un boniato y una patata, y luego una costilla de cerdo, hervida con apio. Por fin, una manzana. El menú fue considerado excepcional por los prisioneros, así como el hecho de que se les facilitaran cuchillos y tenedores, y no solamente cucharas, cosa que –según expresaron—ocurría por primera vez desde su detención en septiembre de 1973. No se sirve ningún líquido en la mesa. 39. Terminando el almuerzo, la Comisión tuvo una amplia oportunidad de conversar con los prisioneros. Se grabó cuanto allí se dijo. A continuación se transcribió esa grabación con la sola eliminación de algunos nombres, solicitado por los interesados.
Después que el Presidente de la Comisión explicó brevemente los
motivos de la visita y los alcances de las atribuciones conferidas a este
organismo de la OEA, uno de los detenidos hizo la exposición de carácter
general, que seguidamente se transcribe:
Detenido: En primer lugar, yo le agradezco, Presidente, la
confianza con que usted nos ha señalado las atribuciones propias de la
Comisión, porque quiero decirle con toda franqueza que indudablemente,
entre nosotros, hay algunos que pensamos que la OEA no tiene la estructura
necesaria como para lograr que se imponga plenamente la vigencia de los
derechos humanos en todos los países miembros; de tal manera que yo
celebro la franqueza con que usted, Presidente, nos ha señalado las
limitaciones que tiene la propia Comisión. Nosotros comprendemos
perfectamente bien todas estas limitaciones y hemos cambiado opiniones
entre nosotros, respecto incluso del significado final que pudiera tener
un informe de ustedes, porque entendemos perfectamente bien la forma política
en que esta materia, si es que se debate, se debatirá algún día en la
Asamblea de la Organización de los Estados Americanos. Es esa
consecuencia, esta aclaración y agradeciendo la franqueza con que usted
mismo ha definido la acción propia de esta Comisión, me parece que para
los efectos de obtener un buen ordenamiento, lo primero es hacer una reseña,
un recuerdo de nuestra larga detención. Ya ustedes saben que llevamos más
de 10 meses detenidos, para que más adelante otros compañeros pudieran
ir relatando algunos otros aspectos como son los interrogatorios, las
torturas a que han sido sometidos y la forma realmente brutal en que
muchas oportunidades hemos sido tratados finalmente, algunos tendrán a su
cargo la formulación de observaciones que digan relación con el problema
de la vigencia de los derechos humanos, no solamente en lo que atañe a
nosotros mismos, sino en lo que diga relación con los derechos humanos en
general, en estos momentos, en el país.
Nosotros fuimos detenidos, la gran mayoría, el mismo día en que
se produjo el golpe de estado, el 11 de septiembre. Muchos de los compañeros
que aquí se encuentran estaban en La Moneda, otros en el Ministerio de
Defensa, creo que el Ministro de Defensa llegó al Ministerio, fue
detenido en el Ministerio. Ustedes ya conocen los detalles cómo se
produjo el bombardeo de La Moneda y cómo salieron de allí los detenidos
para ser trasladados algunos a regimientos y la gran mayoría a la Escuela
Militar. Uno de ellos, o dos, en estos momentos hay uno, fue llevado a un
Estadio y tratado con una violencia inusitada: es un joven de 21 años,
que cumplió 21 años en la detención, Oswaldo Puccio, que se encontraba
acompañando a su padre, Secretario Privado del Presidente de la República,
por cuya razón estaba en La Moneda. En otros casos se presentaron compañeros,
cuyos nombres aparecieron en bandos de la Junta Militar y fuimos
trasladados el día 14 o 15, el 15 al mediodía, naturalmente sin
comunicación de ninguna especie, sin aviso a nuestras familias, sin
llevar la ropa adecuada al clima que íbamos a sufrir en la Isla Dawson y
con una violencia realmente extraordinaria, innecesaria, llevados en
“micros” a Cerrillos, con trato de mucha violencia, y embarcados a la
Isla Dawson. Llegamos a Punta Arenas. En Punta Arenas se produjo un hecho
durante el traslado desde Punta Arenas, desde el aeródromo de Punta
Arenas hasta el Puerto, que realmente es conveniente destacar, por las
consecuencias que tuvo más adelante, que es el hecho de que fuimos
trasladados en vehículos militares, en tanquetas militares, carros
militares, desde luego encapuchados, y a uno de los soldados que nos
custodiaba se le salió un tiro de su fusil que rebotó en el pecho y cuyo
proyectil penetró en la mano derecha de Daniel Vergara Bustos, que fue
tratado rápidamente en el Puerto sin mayor examen, con una curación muy
superficial y a pesar de ello, fue trasladado a la Isla junto con nosotros.
Todavía no recupera el uso de su mano derecha, todavía está en
tratamiento. Fuimos embarcados en barcazas, naturalmente sin haber
recibido nada más que un sandwich durante todo el día; tratados con
bastante violencia, sin poder conversar entre nosotros, sin poder dormir.
A uno de los compañeros a quien lo venció el sueño, Aniceto Rodríguez,
que en estos momentos se encuentra en Caracas, Senador, fue culateado, se
le pegó un culatazo por un oficial, porque lo había vencido el sueño.
Llegamos a la Isla alrededor de las 5:00 de la madrugada. Vuelvo a decir,
sin la ropa adecuada. Gente de edad, como el doctor Edgardo Henríquez, el
Rector de la Universidad de Concepción, Ministro de Educación en ese
momento, un hombre tal vez de unos 65 años de edad; Julio Pallestro, un
hombre también de bastante edad. Entonces fuimos trasladados a pie, es
decir, desembarcados allí de la barcaza que atracó a una playa con nieve.
Fuimos trasladados a pie, se caminaron varios kilómetros. A la gente de
mayor edad que no éramos sino cinco, se nos trasladó a un carro, después
de andar unos dos kilómetros, para en definitiva llegar a algunas
acomodaciones usadas por un campamento de ingenieros de la Armada, que
naturalmente no tenía acomodaciones necesarias para el número de gente
que íbamos. En ese momento éramos 36 o algo así, como 36 más o menos.
Fuimos recibidos en la misma madrugada por el oficial de marina que estaba
a cargo del campamento, Jorge Felé, que tenía el grado de teniente, no
Capitán de Fragata. Jorge Felé fue de salida y nos comunicó de
inmediato (y fue la primera notificación que habíamos tenido respecto de
nuestra condición), que éramos prisioneros de guerra, ya que en la
Escuela Militar, donde fuimos visitados por el Ministro de Justicia, nos
declaró que él realizaba esta visita “motu proprio”, sin
instrucciones de la Junta, y que él deseaba interceder a favor nuestro
para que pudiéramos salir del país, tampoco nos fijó en esos momentos
la condición jurídica que teníamos en ese instante a juicio de la
Junta. El comandante Felé, por primera vez, nos declaró que nosotros teníamos
carácter de prisioneros de guerra, y nos trataron en los primeros dos o
tres meses, con gran violencia; nos hicieron dormir en barracas pequeñas,
absolutamente inapropiadas, sin ventilación y, sobre todo, sin el espacio
mínimo suficiente.
Dr. Aréchaga: Perdóneme una sola pregunta, para tratar de
entender mejor: ¿Se les informó que están ustedes detenidos en condición
de prisioneros de guerra? ¿Alguno de ustedes fue detenido en
circunstancias que estuviera haciendo uso de armas? (Hay interrupción y
habla otro detenido).
Detenido: Lanzaron un bando por radio, citando a tales,
fulano de tal, entonces los que eran nombrados se presentaban voluntarios,
el mismo día 11, porque eran llamados. En estado de sitio nadie podía
salir a la calle, entonces se presentaron voluntarios, los que no fueron
detenidos en lugares habituales, el Ministerio, La Moneda o domicilio, así
que nadie sorprendido con armas.
Dr. Eréchaga: Por ejemplo, de los que fueron sorprendidos
en La Moneda, en un lugar que está siendo en esos momentos objeto de un
ataque por parte de la aviación, ¿no había ninguno que tuviera un arma
en la mano?
Detenido: Estaban rendidos, la gran mayoría de ellos
salieron rendidos con bandera blanca; además, muchos de nosotros, de los
que están aquí, son de ese sector, y otros han desaparecido.
Dr Aréchaga: Muchas gracias. Detenido: Todos esos detalles se pueden dar. Ahora, la verdad es que nuestra condición jurídica de este instante fue cambiando, porque recién llegados, como he dicho, nos dieron la calidad de prisioneros de guerra, hicieron referencia al Convenio de Ginebra, respecto al trato que se nos debía, para luego ser considerados como detenidos en campos de confinamiento; más tarde, detenidos políticos; posteriormente, nuevamente prisioneros de guerra, en documentos oficiales firmados, si mal no recuerdo por el Comandante Carrasco, de Infantería de Marina. Solamente ayer se nos comunicó que este campo se llamaría campo militar. Seguramente se lo habrán comunicado a usted, de tal manera que hemos tenido distintas calificaciones de orden jurídico.
Habla otro detenido: Señor Presidente, yo he sido uno de
los pocos que he tenido oportunidad de hablar con abogados, porque la
mayoría no han tenido oportunidad en los 10 meses.
Dr. Aréchaga: ¿Cuáles son los abogados?
Detenido: Creo que hay dos. Todos hemos tenido oportunidad
con nuestros abogados. Yo expresamente le pregunté cuál era mi condición
jurídica, si él la conocía, porque él había estado en contacto con
las autoridades de Ritoque. Así que parece que, en términos generales,
esa condición no se ha alterado. (Interviene una nueva voz).
Detenido: Sobre la naturaleza jurídica nuestra, creo que
valdría la pena agregar en estos mismos momentos que incluso en el texto
de algún decreto-ley, perdido por allí, junto con la condición de
prisioneros de guerra, una especie de rehenes, en lo que parece ser el
sentido de la palabra, detenidos por lo que pudiere acontecer con o sin
nuestra voluntad, tanto en el país como en el exterior; y está condición
de rehén ha quedado de relieve en la forma de tratamiento que se nos ha
anunciado y se nos ha dado. Por lo pronto, estamos siempre, aún aquí,
bajo la amenaza de sanciones inmediatas en caso de ataque al campamento,
sea real o ficticio. Hemos sido objeto de maniobras de contención de
ataque en que todo gira en torno a la necesaria eliminación del grupo a
las primeras posibilidades de ataque. Esto, sin ventilar ninguna de
nuestras presuntas responsabilidades de cualquier orden, porque aún a
esta altura no hemos sido muchos de nosotros realmente interrogados sino
sobre materia patrimoniales, por impuestos; incluso, por ejemplo, se nos
ha señalado enteramente en algunos de los lugares de detención que la
misión específica de los puestos de custodia es la de liquidarnos
nosotros antes de seguir defendiendo el campo.
Habla otro detenido: Eso sí también es verdad, y una de
las partes donde yo estuve detenido, en la Academia de la Fuerza Aérea,
se me comunicó de inmediato que cualquier ataque que hubiere contra esa
Academia significaba que los prisioneros serían fusilados, y esto se me
dijo a mí y a todos.
Dr. Aréchaga: Muchas gracias, señores, yo creo que podríamos
continuar con el relato para que éste no pierda su unidad.
Detenido: Muy bien, yo creo que es conveniente destacar el
trato excesivamente violento, y, además, innecesariamente violento, a que
fuimos sometidos recién llegados a la Isla Dawson; habitaciones
absolutamente inadecuadas, falta de servicios higiénicos. Estábamos
obligados a lavarnos de un agua que sacábamos de un canal que corría,
cuando llegaba al sitio nuestro, después de haber pasado por los
servicios higiénicos en el campo del grupo anterior, porque ya había
detenidos cuando nosotros llegamos. Detenidos de Magallanes, de la
Provincia de Magallanes. Ustedes saben que esta isla se encuentra al sur
del estrecho de Magallanes. En consecuencia, teníamos que lavar, incluso
los utensilios de comida, en esta misma agua servida, que pasaba
previamente por las letrinas del campo anterior. Respecto de la comida,
conviene también destacar que era absolutamente insuficiente, como lo
comprobaron los médicos, los dos médicos que estaban detenidos junto a
nosotros: el ex-Ministro de Salud Pública, Dr. Jirón, y el médico
personal del Presidente Allende, Dr. Patricio Gijón, lo que fue
confirmado posteriormente por médicos de la Cruz Roja Internacional que
vinieron a visitarnos después de haber transcurrido, tal vez, unos dos o
tres meses, no recuerdo, más o menos. Pues bien, además de ello, para no
entrar mucho en detalles, es conveniente señalar que fuimos sometidos,
desde que llegamos, a trabajos forzados; no es necesario decir que estábamos
rodeados por alambradas, por alambres de púas; así, no podíamos
movilizarnos, caminábamos dentro de un patio muy reducido, y enseguida
trabajos forzados, lo que naturalmente creó una serie de inconvenientes
para la salud, puesto que no teníamos las condiciones mínimas de ropas
adecuadas para la zona. Estos trabajos forzados significaron, por ejemplo,
que uno de los detenidos, Vladimir Arellano, ex-Jefe de Presupuesto del
Ministerio de Hacienda, sufrió un accidente de trabajo que le costó la
paralización del brazo derecho por una fractura. Nosotros habremos
colocado durante la estadía nuestra en la Isla Dawson, no menos de unos
16 a 18 kilómetros de alambrados y postes telefónicos.
Dr. Aréchaga: ¿Unos doscientos postes?
Detenido: No, mucho más. Uno cada 50 metros. Los trabajos
consistían fundamentalmente en colocación de postes telefónicos.
Dr.Aréchaga: ¿Qué es eso del trabajo en las turberas?
Detenido: Aquí había dos compañeros que trabajaron muy
activamente en las turberas.
Otro detenido: Lo inventaron. No tenían conocimientos.
Consiste en una especie de fango, de lodazales, en los cuales se ha
producido una descomposición de cierto tipo de helecho. Sostenían los
militares –puede que tengan razón, que sean técnicos en la materia—que
eso era bueno para abono. Entonces teníamos que trabajar en los fangos
esos. Naturalmente que los que tenían botas sufrían un poco menos de los
que no teníamos botas en esos momentos. Tenían que hundirse en el fango
e ir sacando estos helechos en descomposición, hacer grandes montones;
pero lo más triste de este trabajo es que pasamos bastante tiempo en esto,
y posteriormente no le dieron ningún empleo, es decir, ni siquiera
pudimos quedarnos conformes de que el trabajo hubiera servido para algo.
Esas son las famosas turbas; fango todo el día.
Otro detenido: Tal vez es importante hacer una breve
descripción de los trabajos. Fundamentalmente, colocación de postes
telefónicos, trabajo naturalmente para el cual no teníamos ninguna
protección, porque los obreros que se dedican a esta actividad usan,
naturalmente, cascos de seguridad, guantes adecuados, botas apropiadas,
cinturones de seguridad. Enseguida, cargar camiones con piedras grandes,
bolones de piedras, sin tampoco tener absolutamente ningún sistema de
seguridad; limpiar el camino, canales, hacer canales, abrir zanjas,
alambrar (porque allá se cría ganado en esa isla), acarrear ripios en
sacos al hombro y al trote, y eso, en la última parte, para no confundir
mucho, pero era trabajo de carácter forzado; eran de tal manera violentos
y sobre todo sin considerar ningún aspecto de seguridad, y lo más grave
es que, como ya lo habíamos dicho, se produjo un accidente bastante serio,
puesto que Arellano todavía no recupera completamente el movimiento de su
brazo derecho. En estas condiciones estuvimos tal vez unos dos meses,
antes de recibir cartas de nuestras familias y antes de recibir ninguna
ropa adecuada a la zona, con vientos fuertes, con lluvia, con nieve y con
una alimentación que consistía en los primeros meses en una sopa muy
simple y de lentejas, en la mañana y en la tarde, y una taza de té con
un pan en la mañana; té con leche, cuando llegó la ayuda de la Cruz
Roja Internacional. Todo esto significó que tuvimos una baja de peso, un
promedio de 10 a 12 kilos por persona, y en algunos casos llegó a más de
20; por ejemplo, el caso concretamente del Ministro del Interior y Defensa,
José Tohá, que fue trasladado primero a Punta Arenas, vuelto a la isla
nuevamente, y trasladado a Santiago, donde tuvo el fin que ustedes conocen.
Esto afectó fundamentalmente su salud. Ya lo hemos dicho de José Tohá,
del Dr. Edgardo Henríquez y de Julio Palestro.
Dr. Aréchaga: ¿Cuál era el estado de salud, como ustedes
lo pudieron apreciar, de José Tohá, cuando abandonó por última vez la
Isla Dawson?
Detenido: Bueno, él, desde luego, había tenido una pérdida
de peso considerable, realmente alarmante; era un hombre de tal vez un
metro noventa o más, un metro noventa y dos, y llegó a una pérdida de
peso que realmente le afectó, lógicamente. Entre nosotros había, por
ejemplo, el caso que aquí se ha señalado del ex-Rector de la Universidad
de Concepción, Ministro de Educación. Además de la pérdida de peso tenía
un cuadro cardíaco sumamente serio y grave, lo que obligó a llevarlo
primero a Punta Arenas, luego a Santiago, para ser devuelto a la Isla en
condiciones físicas mucho peores que con las que fue llevado a Santiago.
Lo mismo el caso de Palestro, lo mismo el caso de Tohá, lo mismo el caso
de Daniel Vergara, igualmente el caso de Arellano y el caso de Puccio.
Arellano fue llevado a Punta Arenas, y aún no totalmente restablecido,
fue devuelto a la Isla; el caso de Daniel Vergara es exactamente igual,
sin haberse restablecido, exacto. Tanto que ahora fueron trasladados
Puccio y Daniel Vergara, que estaban en el Hospital Militar, sin haber
sido dados de alta ni mucho menos, y sin tener conocimiento y contra el
consejo de médicos. Tanto que aquí fueron llevados inmediatamente al
Hospital Naval de Valparaíso. Dr. Aréchaga: ¿Dónde se encuentra el señor Puccio en estos momentos?
Detenido: Está aquí.
Profesor Bianchi: ¿Tú eres Puccio hijo?
Detenido: Él es Puccio, hijo.
Dr. Aréchaga: ¿Tu padre está aquí también ahora?
Detenido: Exactamente.
Detenido: Los trabajos forzados continuaron, la mala
alimentación continuó. Continuó el sistema. Naturalmente el tiempo fue
mejorando un poco llegado el verano, y fuimos trasladados a un campo de
concentración, hecho a propósito, con dos o tres corridas de alambres de
púas en unos barracones, comedores comunes con garitas colocadas en las
alturas, con metralletas, con las ametralladoras y con un desp0liegue
realmente extraordinario de fuerza. Hemos tenido distintos jefes de ese
que primero fue llamado campamento, o campo de confinamiento, para ser
llamado después campo de prisioneros; pero dentro de los distintos jefes
y grupos de fuerzas armadas que estuvieron a cargo nuestro, tal vez es
conveniente destacar el que estuvo a cargo de la Infantería de la Marina.
Inmediatamente llegado este jefe, nos reunió en el patio del campamento
en el que estábamos ya, no sólo nosotros, sino que estaban los
condenados por Magallanes, por la Justicia Militar de Magallanes, Consejo
de Guerra, y además, detenidos de la Provincia de Magallanes. En número
cercano a los trescientos. Nos reunió en el patio central para
notificarnos que desde ese momento tendríamos régimen militar y, en
consecuencia, fuimos obligados no sólo a cantar la canción nacional a
las 8 de la mañana y a las 6 de la tarde, como hasta ahora se hace, no sólo
a hacer giros militares, sino ya a una verdadera conscripción militar;
verdadero régimen militar, con castigos corporales, con exceso de
ejercicios físicos. Por ejemplo, ya los trabajos forzados simplemente no
constituían el trabajo mismo, sino que los que acarreaban ripios en sacos
al hombro tenían la obligación de ir formados mientras llevaban los
sacos y volvían al trote, con giros militares, con instrucción militar,
porque ellos declararon que tenían instrucciones de la Junta para que
nosotros recibiéramos instrucción militar. Estábamos obligados a cantar
distintas canciones militares, marchas, y allí en esos días realmente la
violencia llegó a su grado máximo. Aquí hay algunos casos, por ejemplo,
Aníbal Palma, el distinguido Jaime Concha, Vega, Lawner, somos muchos los
que sufrimos. Yo mismo. Había una famosa máquina que se manejaba a mano
para los efectos de dar corriente eléctrica a un transmisor, lo que,
naturalmente, cuando se prolongaba sobre la media hora era un suplicio y
realmente una cosa verdaderamente agotadora. A Aníbal Palma, por ejemplo,
lo obligaron a subir un cerro más parado que esto, al trote, una vez, dos
veces, tres veces, cuatro veces, cinco veces. Después, a hacer flexiones.
A Jaime Concha lo hacían correr mil metros y después hacer flexiones; en
fin, castigos. Alejandro Jiliberto, que también está aquí entre
nosotros, fue llevado al calabozo por una acción mínima. Luego de
repente, antes de que llegaran los Infantes de Marina, llegó un Coronel
del Ejército que no habíamos visto nunca. Nos citó, nos reunió en el
patio central para decirnos que habían sido descubiertas, en una inspección
que se había hecho dos días antes, armas en el campamento y esto fue
recogido por el propio Presidente de la Junta, General Pinochet, que una
declaración pública, en un discurso señaló que en la isla se estaba
preparando una rebelión y que habían encontrado armas. Incluso se dijo
que hasta se había encontrado una metralleta, circunstancia que usted
comprenderá que a la isla nadie entraba sin ser revisado previamente por
la autoridad militar; nosotros hemos sido revisados, nuestras maletas, si
digo 50 veces me quedo corto; de modo que fuimos reunidos después del
allanamiento en que se retiró lo que ellos llamaban armas, que era unos
trozos de alambres a los que se afilaba. Se aguzaba la punta con el objeto
de grabar unas piedras que existían en la playa de la isla, que tenían
la característica de ser muy negras y muy blandas, de tal manera que se
podían hacer grabados. Yo no sé si habrá aquí alguno. No solamente
esto estaba en conocimiento de todas las autoridades, sino que habían
sido estos trabajos promovidos por la propia autoridad. Tanto es así que
el Teniente Barriga, que era el segundo, y el Comandante Felé, que después
quedó a cargo nuestro, pretendieron hacer un concurso entre los presos
sobre piedras grabadas, y entonces fueron estos elementos que nos
proporcionaban ellos mismos que preparábamos en el taller de mecánica
del campamento de los ingenieros de marina, con conocimiento de los
oficiales, suboficiales, etc. Fueron calificados como armas que nosotros
teníamos para provocar un acto de rebelión en la Isla Dawson.
Naturalmente que, de inmediato, quien estaba en esos momentos de delegado
del grupo de prisioneros de Santiago y Valparaíso se adelantó a decirle
al Coronel que esto era absolutamente falso, antojadizo. Que estaba allí
presente un Teniente de apellido Santiago al que le constaba que nosotros,
abiertamente, a plena luz del día, y delante de todos nuestros guardianes,
realizábamos nuestra labor, de manera que mal podía calificarse como
armamento estos objetos, implementos rústicos y sobre todo a unas
ametralladoras con calibre bastante superior que ellos tenían en sus
manos; así que la lucha, en todo caso, habría sido bastante desigual.
Desde el mismo instante que llegamos a la Escuela Militar, como hasta aquí
mismo, hace dos días atrás, el exceso de ejercicio de tiro en los campos
en que nosotros hemos estado han sido realmente increíble, innecesario,
absurdo. Creo que, naturalmente, de alguna manera, repercute nuestra ya
larga tradición y costumbre de presos, evidentemente de alguna manera
influye en nuestra psiquis. En la Escuela Militar, noche a noche, recién
llegados, teníamos que soportar ráfagas de ametralladoras alrededor de
la Escuela, lo que continuó llegados, primero, al primer campamento de
Dawson, luego al segundo definitivo, y ahora aquí mismo, en este mismo
lugar, que era campo de prisioneros de guerra y ahora, desde hace 24 horas
o 48 horas, pasó a ser campo militar, y que era un balneario popular.
Nosotros fuimos amenazados por un Teniente que cualquier incumplimiento de
una orden podía llegar incluso al fusilamiento. (Interrupción de otro
detenido). También hubo, mientras estábamos en el primer campamento, al
que llegamos, simulacros de fusilamiento en relación con los compañeros
de Magallanes y yo quiero agregar a esto que la situación se torna más
grave de lo que pudiera aparecer a primera vista, porque se torna
constante. Sobre todo en la última etapa fuimos objeto de provocación
permanente por parte, sobre todo, de los oficiales que estaban a cargo de
las tropas. En el trato que se nos daba, en los discursos, incluso, con
que se nos amenazaba, había tal cantidad de ofensas hirientes, que a
nosotros no nos quedaba duda de que lo que querían era provocar una
reacción nuestra, para poder ellos cumplir con sus planes.
Dr. Aréchaga: Ustedes han dicho que al mismo tiempo que
estaban ustedes en la Isla Dawson llegaban allí algunas personas
detenidas, trasladadas desde Punta Arenas. ¿Ustedes tuvieron la
oportunidad de conocer algunas de esas personas? ¿Ustedes conocieron a Iván
Arístides Contreras Martínez? Un joven estudiante de 20 años. Iván Arístides
Contreras Martínez, que fue trasladado de Punta Arenas a Isla Dawson.
Detenido: ¿Qué fecha?
Dr. Aréchaga: El 18 de septiembre de 1973.
Detenido: No. Estábamos divididos en diversas barracas.
Otro detenido: Pero hay alguna referencia de gentes que
conocimos que pueden ser tan importantes como esa; por ejemplo, la del
Diputado por Magallanes, Don Carlos González, quien, y hay varios
testigos de ello aquí, fue objeto no sólo de trato vejatorio y
tremendamente duro en lo físico, hasta llegar a lo inenarrable, sino que
incluso en la espalda se le grabó con bayoneta, una “Z”; yo creo que
todavía la puede seguir mostrando y por muchos años.
Dr. Aréchaga: Muchas gracias.
Otro detenido: El trato, tuvo la violencia que aquí se ha
señalado, y no solamente en el orden físico, sino en el orden moral, con
vejaciones de todo tipo, durante todos los meses que estuvimos allá. Tal
vez conviene destacarlo solamente como una manera de describir mejor el
ambiente en que vivíamos. Cuando llegó este grupo de Infantería de
Marina, nos habían advertido de varias señalizaciones, con pito, con
sirena, etc., para advertirnos, entre otras cosas, de un posible ataque
exterior, ataque exterior que se anunciaba con cornetas, solamente
distinto de los casos de incendio, que se anunciaban por sirena. En el
caso de ataque exterior nosotros deberíamos mantenernos dentro de los
barracones; en el caso de incendio, por el contrario, deberíamos salir a
formarnos frente al barracón, y allí entonces se desarrollaba todo el
aparato para terminar con el siniestro. Una noche, por parte de algunos de
ellos que abandonaban la Isla, hicieron un ejercicio con gran despliegue y
usaron de la corneta simultáneamente con la sirena de incendio, lo que
evidentemente pudo haber confundido a muchos de nosotros y, naturalmente,
si hubiéramos salido, la obligación, previamente notificados, era que a
nosotros nos dieran de baja; fue esto dicho en forma oficial por el
Comandante de Campo y por los oficiales, y fue realmente un tiroteo con
ametralladoras, con toda clase, porque tenían instalados también cañones
de una dimensión mayor, y todo esto duró un tiempo bastante prolongado,
sin que hubiéramos recibido absolutamente ninguna explicación.
Teníamos un sistema de encomiendas que al comienzo funcionó,
después de haber estado dos meses allá. Funcionó relativamente bien,
para terminar con un sistema absolutamente discriminado en que nosotros no
sabíamos lo que se nos enviaba, pero sí sabíamos lo poco que recibíamos.
Después se explicó que esto era un sistema para hacer un fondo común,
etc. Pero el hecho es que las especies, naturalmente que con muchas
dificultades, nuestras familias que están sin recibir los emolumentos y
distintos sueldos que recibían, están en muy difíciles condiciones económicas,
no pueden seguir. Luego, también, es útil destacar de qué manera, por
orden del Comandante Zamora, Capitán Zamora, el último jefe que tuvimos
de los militares, se nos confiscó una cantidad enorme de libros. Primero,
todos los libros, todos, absolutamente todos, sin explicación alguna.
Consta que estos libros habían sido autorizados previamente por la
Oficina del SENDER, por las autoridades que estaban a cargo nuestro. Después
de muchas dificultades y muchas peticiones, se nos devolvió solamente
algunos, muy pocos. Hasta el día de hoy esos libros no han sido devueltos,
la gran mayoría, algunos libros valiosos, estudios de idiomas, etc. Este
Capitán Zamora, el de esa confiscación de libros, hizo también una
confiscación de alimentos, de radios, de encomiendas que nos enviaban las
familias, y estos regímenes de encomiendas fueron permanentemente
censurados por ellos. Las especies que nos enviaban eran tan diferentes a
las que nosotros recibíamos! Para el efecto de poder descubrir este hurto
deliberado que ellos hacían, la gente nuestra enviaba con una minuta las
especies. Esa minuta no la recibíamos nosotros, sino que solamente se nos
anotaba tres o cuatro que nos entregaban, y todas las demás quedaban para
uso y beneficio de ellos. Las especies que nos dejó la Cruz Roja en
igualdad de condiciones, tanto como frazadas, leche en polvo, fueron en
beneficio exclusivo de ellos. Nosotros no recibimos, en la gran mayoría,
estos beneficios que se nos enviaban.
Dr. Aréchaga: La correspondencia, ¿ustedes podían
recibirla con alguna regularidad?
Detenido: Sí, más o menos se demoraba 60 días, y
censurada.
Otro detenido: Yo, personalmente, recibí la censura de un
telegrama de mi abogado, totalmente censurado, solamente dejaron saludos y
el nombre de mi abogado, telegrama que yo conservo.
Detenido: Todo era intencionado, porque en el caso de Don
Pedro Luis Vega, que tiene dos hijos que estaban luchando como soldados en
Israel en el conflicto del Medio Oriente, recibió carta de unos de ellos
en cuyo párrafo dice: “Querido papá, lamento tener que señalarte una
desgracia que te va a doler mucho,” ... censurada toda. Un muchacho que
está en Israel no puede afectar en ninguna forma los factores internos de
política internacional, o siquiera de resguardo que ellos pretenden; pero
de lo que se trataba era del factor sugestivo, de aplastar al individuo
que se encontraba en este campo de concentración, y lo dejaron a él con
la inquietud de cuál era la suerte de su otro hijo. (Omissis).
Detenido: Yo estaba detenido en el Hospital Militar. Con
autorización del Jefe del Servicio de Inteligencia del Hospital Militar,
que registraba mis cartas, le escribía a mi hijo, que estaba en Las
Melosas, y fue todo esto lo que mi hijo recibió (exhibe una hoja
recortada en diferentes partes, de la cual quedan pequeños fragmentos).
Esta es una carta del 30 de mayo, o sea, de una persona que llevaba, al 30
de mayo, ocho a diez meses preso, y yo ya sabía lo que se puede decir y
no se puede decir. Por eso es que le mandaba la carta al Mayor, y le decía,
“dígame si esto puede pasar”.
Detenido: El sistema de correspondencia fue éste y con una
censura como ustedes acaban de ver, así siguió.
El régimen de comida, no solamente la mala calidad, absolutamente
insuficiente, sino que, además, ya sometidos, al comienzo nos daban muy
pocos minutos para comer, en una carpa con un frío realmente difícil de
soportar, y luego nosotros mismos lavando, sin ninguna comodidad, por
supuesto, con agua sacada de ese canal de agua servida. En una oportunidad
se cortó la luz y, naturalmente, fuimos advertidos que cualquier
movimiento sería sancionado con una ráfaga. Permanentemente comíamos
con soldados apuntándonos, y con soldados dentro del comedor hasta el día
de hoy. Yo no sé si ahora, con la visita de ustedes, los retiren. Hasta
el día de hoy tenemos soldados aquí mismo. Enseguida, en el comedor se
nos prohibía absolutamente conversar. En el último período, permanecíamos
comiendo en absoluto silencio; naturalmente formados antes de entrar al
comedor, salir formados, etc. (Omissis). Había unos oficiales peores que
otros, unos más malos que otros. Por ejemplo, uno que tenía aspecto de
esquizofrénico, jugaba permanentemente con una granada mientras estábamos
almorzando. Permanentemente está pasando balas en su fusil y amenazándonos
todo el tiempo, absolutamente todo el tiempo, durante las horas de comida,
fuera del trabajo forzado que ya hemos señalado. Ahora algunos se
destacaron por aumentar la presión respecto a algunos de nosotros, por
ejemplo, a Luis Corvalán, que no sé si estará por acá. Luis Corvalán
es Secretario General del Partido Comunista. Respecto de él se exageraban
las obligaciones de trabajo. Hasta el momento que estoy relatando, el
delegado tenía la misión de hacer los roles de trabajo, y naturalmente
que lo hacía considerando la edad, rotando la gente, de tal manera que
pudiera llevarlo a las mejores condiciones. A Corvalán, no obstante que a
veces se lo ponía a un trabajo más liviano, se le sacaba para ponerlo en
el trabajo más duro, se le vigilaba especialmente, se le hacía trotar,
se le hacía llevar sacos cargos, carretillas cargadas, etc. Y todo esto,
al trote. Basta señalar que el día anterior a la fecha de regreso al
centro del país, nos tocó un día de lluvia, bastante lluvia. Nos
tuvieron allí trabajando, haciéndonos trabajar bajo la lluvia, con ropa
inadecuada, no con ropa de agua ni mucho menos, hasta que quedamos prácticamente
todos empapados. Enseguida, el traslado fue también una cosa realmente
que indigna y del peor espíritu. No se nos avisó absolutamente nada en
la tarde, y de repente se nos levantó a las 5 de la madrugada, con orden
de sacar todas nuestras cosas, para ser llevados a pie desde el campamento
hacia el aeropuerto, al aeródromo, bastante lejos. Caminaríamos
alrededor de 12 kilómetros, habiendo camiones propios del campamento, en
marcha forzada, gente de edad, algunos con la presión muy alta como es el
caso de Miguel Muñoz, que es hipertenso. Otros, como Andrés Sepúlveda,
que tiene una afección en una cadera. Jirón, que había tenido una
hemorragia ulcerosa. Estos 12 kilómetros recorridos a pie, en esta forma
que se ha señalado, incluyeron la travesía de un canal que había
destruido el camino. Hubo que saltar en algunos casos, pasar con mucha
dificultad, para luego tener que atravesar un río, con la temperatura del
agua, en mayo, en pleno invierno, a las 8 de la mañana, desnudos hasta
medio cuerpo, tener que atravesar el río para continuar, y pocos minutos
después llegó el camión de vuelta, que había llevado... No todos, no
alcanzaron todos. El río grande que es esa temporada arrasa con el camino,
pero naturalmente el camión puede pasar perfectamente bien, nosotros
tuvimos que pasar a pie. El Capitán Zamora nos obligó a pasar a pie,
desnudos hasta media cintura, pero naturalmente él esperó en el camión
y se volvió en el camión. El traslado, ¿en qué condiciones se hizo?
Llegamos a Punta Arenas, un pequeño refrigerio, luego en un avión Hércules
enorme, los sacaron los cinturones, los cordones de los zapatos, las
lapiceras, los encendedores, los cigarrillos, muchos de los cuales hasta
ahora no hemos visto, para ser llevados al avión. Nos amarraron con unas
cuerdas de nylon. Nos amarraron allí y trasladaron a Santiago.
Trasladados a Santiago, se hizo un show que conviene recordar, porque es
hasta pintoresco. Llegamos a Santiago, muy iluminado el campo. Estaba el
jefe de la Oficina del SENDET, el Coronel Espinoza, esperándonos con un
gran despliegue de las Fuerzas Armadas de las cuatro ramas, y entonces
aparecían unos individuos que simulaban ser enfermeros, vestidos de
blanco, muy correctos, con una especie de botiquines, usando el uniforme
de la Cruz Roja, y entonces cada uno de nosotros fue saludado por el
Coronel, que preguntaba sobre su salud, sobre nuestra permanencia en
Dawson, etc., para ser después invitados muy cordialmente por estos
sujetos, vestidos de enfermeros de la Cruz Roja, a avanzar, en la forma más
cordial posible, y para que, una vez llegados a la zona sin iluminación,
ser encapuchados, ser llevados a distintos vehículos y esposados y
trasladados.
Dr. Aréchaga: ¿Por estos individuos?
Detenido: Es decir, ya no supimos. Se nos metió la capucha;
una capucha que nos impidió ver. (Habían otros detenidos). Bueno, allí
llegamos, y cada uno de nosotros fue llevado a distintos vehículos. Nos
perdimos de vista y fuimos trasladados a distintos lugares. Algunos a
regimientos, otros a la Fuerza Aérea, un grupo a Carabineros, donde
permanecimos incomunicados, en su mayoría. Aquí, naturalmente, los
distintos grupos tendrán que hacer su relación, porque después de más
de dos meses, nos volvimos a juntar acá. No hubo interrogatorio, pero sí
la orden del SENDET, donde se nos dijo de la Oficina del Detenido para
estar incomunicados. Yo creo que esta es una exposición naturalmente de
tipo muy general, que solamente refleja...
Dr. Aréchaga: Quisiera hacer una sola pregunta más para
completar el cuadro. Creo que tengo la respuesta, pero prefiero la de
ustedes, naturalmente. En todo este tiempo, ¿han tenido ustedes algún
contacto con alguna autoridad judicial, sea del orden civil o del orden
militar, que los haya interrogado?
Detenido: Algunos. Claro, por eso yo decía que esta primera
parte era una relación muy general acerca de nuestra detención. Entonces
aquí vienen ya los casos particulares; pero como grupo no hemos sido
interrogados por ninguna autoridad judicial, en el orden civil ni en el
orden militar. Hemos sido interrogados en enero, en Dawson, por
funcionarios del Servicio de Impuestos Internos de la Oficina del Servicio
Tributario, en enero y hace dos días atrás, o sea, prácticamente seis
meses después, llegaron a este campo para proseguir con las
interrogaciones sobre las mismas materias. Quisiera saber por qué fuimos
interrogados. Por último, si se tratara de iniciar procesos a propósito
de esto, le corresponde a los tribunales ordinarios; de ninguna manera a
tribunales militares, ni tampoco son causas propiamente políticas; de tal
manera que sobre este aspecto de las detenciones en distintos lugares de
los llegados desde la Isla Dawson, sobre nuestra estadía acá y sobre el
caso particular, yo creo que la segunda materia que podríamos considerar,
sin perjuicio de aclarar algunas cosas...
Habla otro detenido: Aquí hay un grupo de siete que somos
de Valparaíso. Los siete fuimos torturados en el buque “Esmeralda”
durante nueve días. Yo le quiero explicar una de las torturas que me
hicieron a mí: me amarraron, con calzoncillo no más, me amarraron atrás
las manos con unas esposas. Aquí había un porte y allí me amarraron. Me
pusieron electricidad en el pelo, en los testículos, en el pecho y en la
espalda. Además, los oficiales que me interrogaban me deben haber dado en
esta parte unos 50 golpes a puño. Como todo esto se me puso negro, lo
alcanzó a ver la Cruz Roja cuando llegaron a Dawson. Ellos vieron como yo
tenía todo esto morado por los golpes. Así que quiero decirle lo
siguiente: que eso fue, y eso yo lo escuché, porque a mí la superioridad
naval había dado orden de que se me respetara, o sea, que no se me
torturara ni se me hiciera nada. Yo soy comunista, soy profesor
universitario. Me llamo Sergio Vuscovic Rojo y, además, era el Alcalde de
Valparaíso. La superioridad naval había dado esa orden y a mí me
hicieron eso y, además, quiero decirle que estuve tres días y medio solo
en el camarote del capellán..., allí no se me dejó dormir, durante seis
días no pude dormir, porque me despertaban cada 10 minutos, en la noche y
de día tampoco, hacían golpear las puertas para que no durmiera. Además,
se me hizo lo siguiente: cuando se me sacaba de los interrogatorios se me
llevaba vendado, y el tipo que iba junto con uno le ponía una pistola aquí
en la nuca, y me decía: “sabés nadar?” Yo le decía: “Más o menos”.
“Ah, bueno,... porque te vamos a tirar para abajo”. Después estábamos
más o menos unas 20 a 30 personas, les digo personas porque había
hombres y mujeres, que estábamos nada más que con calzoncillos, sentíamos
cómo se torturaba allí mismo donde estábamos, a los demás, y todo esto
a los hombres y a las mujeres, en el buque escuela de la Armada de Chile (interrupción).
A los siete de Valparaíso se nos torturaba de esa manera, se nos aplicaba
corriente eléctrica, por ejemplo. A mí me pusieron corriente aquí, en
la sien, y todo esto preguntando si teníamos armas, sabiendo
perfectamente bien que no teníamos armas, ninguno tenía armas; si
pertenecíamos a grupos militares, ninguno pertenecía a grupos militares;
y cosas así, por el estilo. Yo, en estas condiciones, le quiero dar a
conocer todo esto a la Comisión, y al mismo tiempo presentar un reclamo
absolutamente formal en el caso de nosotros, de los siete de Valparaíso y
de otros compañeros que están aquí y que también han sido torturados;
bueno, es una violación total de los derechos humanos, porque la Carta de
los Derechos Humanos de las Naciones Unidas prohibe las torturas físicas
y morales, y con nosotros existieron las dos. (Interrupción por parte de
otro detenido).
Dr. Abranches: ¿Puede mencionar los nombres de las personas
que participaron en estos actos?
Detenido: Sí (interrupción).
Dr. Aréchaga: Perdóneme, creo que el Dr. Abranches se
refiere no a las personas que padecieron las torturas, sino si ustedes
saben quiénes fueron los torturadores.
Detenido: El problema es que a nosotros nos ponían unas
vendas en los ojos (interrupción y habla otro detenido). En realidad,
nosotros, los siete de Valparaíso, fuimos tremendamente torturados. (Aquí
se omite un pasaje de la expresión verbal que individualiza al detenido
declarante).... Basado en esto, yo fui duramente castigado, flagelado, a
cada momento. Se me pegaban culatazos, se me tiraba bajo la cama y se nos
hacía comer a todos los que salíamos a almorzar, arrodillados en el piso,
en calzoncillos nada más. La prueba está que desde que yo llegué estuve
20 días orinando sangre. En la misma “Esmeralda”, el tercer día,
empecé a orinar sangre. Ellos supieron lo que a mí me pasaba. Llegué a
la Isla orinando sangre y flagelado, igual como fueron todos nuestros
compañeros. Esto, el problema del buque “Esmeralda”, lo conozco
perfectamente bien, porque yo fui marino durante 26 años; eran oficiales,
infantes de marina que estaban ellos poniéndose el uniforme del personal
de marineros. Bajo ese aspecto se ocultaban, pero yo sabía perfectamente
que eran oficiales. Después, las flagelaciones arriba en que fuimos
objeto. En realidad, nosotros no sabemos quiénes fueron, porque nos
mandaban vendados, pero lo importante es esto: que nosotros fuimos
terriblemente flagelados. La verdad está que un compañero nuestro llegó
con un pedazo menos en su lengua, donde fue quemado, y así la mayoría de
los porteños. Posteriormente, cuando nosotros volvimos de Dawson, fuimos
subidos a una avioneta y se nos amarró de pies y de manos y se nos
pusieron vendas en los ojos; y cuando llegamos a la parte de Quintero,
para llevarnos al campo de concentración, en Puchuncaví, se nos puso
esposas y se nos metió entonces en un piso de una camioneta.
Dr. Aréchaga: ¿Cuánto tiempo estuvo usted en Puchuncaví?
Detenido: Poco más de dos meses. Dr. Aréchaga: ¿Las condiciones de vida eran similares a las que ustedes tienen aquí? |